Hoy
mi hija de 4 años se ha puesto a bailar.
Le
gusta, no es la primera vez. Pero hoy la música estaba más alta, o las canciones
le gustaban más, no lo sé. La cuestión es que ha bailado entregada, feliz, con
una pasión y una energía que nos ha cautivado a todos.
Nada
ha podido con ese arrebato. Ni la pereza, ni la vergüenza, ni el miedo a
equivocarse. Se ha lanzado delante de todos, con una sonrisa especial, como
mística. Bailaba y bailaba sin parar. Intentaba nuevos pasos, inventaba giros a
cada momento, a veces se caía. Pero solo escuchaba la música, y se la veía completamente
feliz. De su atrevimiento y su entrega han salido movimientos sorprendentes,
magnéticos (qué va a decir su padre); no podíamos dejar de mirarla. A cada
momento nos arrancaba aplausos espontáneos, y al final nos hemos unido a ella para
bailar también.
Y si nosotros,
los adultos, consiguiéramos también que no pudiera con nosotros ni la pereza,
ni la vergüenza, ni el miedo a equivocarnos?
No
tienen algo de ese arrojo inocente y total los grandes líderes, o los que
triunfan en su trabajo?